sábado, 28 de abril de 2012

El buzo sin su botón

             Me desperté a las siete y cuarto, me levanté a las ocho y media, me terminé de vestir a las nueve menos veinticinco, y salí desesperado para llevar a mi hermanito al colegio.
            Al salir una fuerte ráfaga de viento me hizo sentir el frío, especialmente en la zona del cuello. Como bufanda a mano no tenía (igual no la hubiese usado) me cerré, inconscientemente, los botones del cuello del buzo. Inmediatamente me di cuenta que un tiempo atrás (me refiero a semanas), esto, a saber, cerrarme los botones del cuello del buzo, no hubiera sido posible. Durante mucho tiempo utilicé este buzo sin uno de sus botones, mitad por la vagancia que me daba tener que coserlo, y el resto también. Pero un día tuve una buena (eu) noticia (angelos) [evangelio]. Una vez, como tantas, que le había prestado (que me había robado) mi buzo, mi novia, cansada de verme sin el botón, se decidió a coserlo. Al ir a su casa y enterarme lo que había hecho tuve una sensación extraña: sorpresa y alegría coexistían en mi alma.
Hoy, al sentirme protegido por su hermoso gesto, no hago más que reflexionar sobre este tema. Y entre pensamiento y pensamiento, arribé a una conclusión: amar, no es otra cosa que descubrir la ausencia de un botón en el buzo del ser amado y decidirse a cosérselo. 
Hilando un poco más fino (y no me refiero a coser el botón), de este detalle tan simple se puede arribar a una definición, por aproximación, del verbo amar (es importante saber que es un verbo, pero ese es tema de otra reflexión). Para enaltecer un poco la pobreza de mi pensamiento voy a citar a Santo Tomás, él decía: “Ubi amor, ibi oculos” (donde hay amor, allí hay ojos). Los ojos del enamorado captan simples detalles de amor, donde el resto de las personas ve, solamente, gestos rutinarios. Uno puede ver millones de sonrisas en la vida, pero ninguna será un recuerdo tan nítido, y a la vez tan hermoso, como la sonrisa del ser amado. Del mismo modo, el enamorado se da cuenta de las “ausencias de botones” donde los demás ven, simplemente, un ojal vacío.
El amor no es ciego, por el contrario, abre los ojos atentos a las cosas que a otros se les escapan. Sólo el que ama observa esos detalles y ve, a través del corazón, la necesidad del amado. No olvidemos que los ojos del enamorado son los ojos del corazón. Y una vez vista esa necesidad va a intentar saciarla, cubrirla, remediarla. El que ama desea ver a la persona amada lo mejor posible,  no quiere que le falte “ni un solo botón”. Intentará, por todos los medios, “cosérselo”. Y digo por todos los medios, porque cuando se tiene un “para qué” se soportan todos los “cómo”. No hablo de un “para qué” utilitario, pragmático, sino de darle un sentido, y si hay algo que da sentido a nuestra vida, eso es el amor.
Dicen por ahí que “sólo se vive el tiempo en que se ama”, y San Agustín agrega: hagas lo que hagas, hazlo por amor”, aunque sea coserle el botón a un buzo (esto último lo agrego yo).

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